viernes, 30 de abril de 2010

Un falangista en la Plaza Nueva

ABC Sevilla
POR FRANCISCO ROBLES
Publicado Viernes , 30-04-10 a las 07 : 04
Lo malo de la Ley de Memoria Histórica es que no puede sostenerse en pie. Es una gigantesca demagogia con los pies de barro. O de fango, si nos fijamos en la ciénaga mental donde chapotean los que viven del odio ajeno. ¿O no es surrealista que los hijos de los que ganaron la Guerra Civil —en realidad la perdieron los dos bandos, pero ésa es otra historia— pretendan ajustar en público las cuentas pendientes con sus padres? Ese gigante con los pies de fango se ha derrumbado una vez más en la ciudad de Sevilla, donde se prohíbe un homenaje a Foxá por su pasado falangista mientras se le dedica la Feria del Libro a Luis Rosales.
Si Agustín de Foxá no podía ser leído en el Tejar del Mellizo por Aquilino Duque o Antonio Rivero Taravillo, su camarada de partido Luis Rosales va a ocupar la Plaza Nueva, aunque esto no tenga nada que ver, afortunadamente, con la ocupación que sucedió en ese lugar el caluroso sábado cuya fecha deberíamos recordar para que no vuelva jamás a repetirse: 18 de julio de 1936. Luis Rosales, a todo esto, no es un poeta falangista, sino uno de los escritores más brillantes que ha dado España en el pasado siglo. Quien quiera leer poesía de verdad, de la que deja un rastro en el alma mientras propicia el ensanchamiento de la inteligencia, que se vaya a «La casa encendida». Un poemario definitivo, cerrado, rotundo, donde se cuenta la vida de un hombre que es todos los hombres. Becqueriano en el mejor sentido de la palabra, Rosales nos deja en «Rimas» un conjunto de poemas que enlazan con lo mejor de nuestra poesía: desde Garcilaso hasta Pedro Salinas pasando por el inevitable Gustavo Adolfo.
Y para los que se dedican a abrir zanjas que nos separen en las dos Sevillas irreconciliables que jamás deben volver a existir, los poemas donde un Rosales desengañado del franquismo critica ferozmente el odio entre hermanos. «Oigo el silencio universal del miedo» es un poemario imprescindible. Que en esta Feria del Libro se escuche el latido universal de la literatura, la palabra que vuela en libertad y que se resiste a las jaulas donde los totalitarios de siempre —el color es lo de menos— pretenden secuestrarla. Que Sevilla no sea la ciudad apagada por el frentismo que algunos quieren resucitar, sino la casa encendida que a todos nos espera cuando llega la noche y más falta nos hace su calor.

jueves, 29 de abril de 2010

ACTO CULTURAL DE LA HERMANDAD DE SANTA CRUZ

POETA DE LA GENERACIÓN DEL 27 ASESINADO EN LA GUERRA CIVIL


Pues no, no me refiero a García Lorca, sino a otro poeta andaluz, asesinado en Málaga por milicianos republicanos en 1936, precisamente diez días después del granadino. Ahora que la tan cacareada “Memoria Histórica” y el afán de la Junta de Andalucía, se empeñan en remover la tierra buscando huesos, quiero recordar a este poeta olvidado.

Recientes acontecimientos culturales han dado un resquicio al autor al que me refiero, su obra aparece en la exposición de la Generación del 27 que estos días se puede visitar en la sala Santa Inés de Sevilla. También se ha mencionado su nombre entre esa vanguardia literaria que, al calor de las múltiples conmemoraciones de este 2010, centenarios de los nacimientos de Miguel Hernández y Luís Rosales, se están organizando.

José María Hinojosa Lasarte, poeta y hombre de campo, que vio la luz en el malagueño pueblo de Campillo en 1904. Curiosamente comparte nombre y apellido con El Tempranillo, famoso bandolero del siglo XIX que galopó por las sierras andaluzas.

De familia acomodada, defendió sus convicciones políticas durante la IIª República española, llegando a ser Secretario de la Federación Provincial de Sindicatos Agrícolas de Málaga, desde donde abogó por la libertad de trabajo para los agricultores malagueños en contra de un decreto promulgado por el socialista Largo Caballero que abocaba a los trabajadores de los pueblos de tierras más pobres a no poder trabajar en otras localidades más fértiles.

Su dedicación política acabó por hacerle abandonar su faceta poética tras haber sido uno de los escritores más vanguardistas de su época.

Hinojosa conoció y trató a Lorca, a Dalí, a Rafael Alberti, entre otros. Como poeta, fue el autor de la primera obra surrealista que se escribió en España, La Flor de Californía, de 1928. Fue en los primeros años veinte, mientras estudiaba en la universidad de Granada, cuando consolida su amistad con Lorca. Colaboró en la edición de la revista “Litoral” con Emilio Prados y Manuel Altolaguirre y, junto con el mismo Altolaguirre y José María Souviron, dirigió la revista de breve existencia “Ambos”, donde se publicarían, entre otros, dibujos de Picasso y textos de Lorca, Jean Cocteau y Gómez de la Serna.

Salvador Dalí ilustró su primera obra, Poemas del Campo, donde dibujó un retrato del autor. Primera obra de apariencia sencilla y popular, desde donde evolucionó a escritos como Orilla de la luz, La sangre en libertad, pasando por la mencionada La Flor de Californía.

Su amor al campo de su tierra malagueña se refleja en los siguientes poemas:

Encina
hija
de la tierra virgen.
De brazos,
desmesurados
y sublimes.
Gesto,
serio
y triste.
Tronco
añoso
y firme.
El peso
de los años muertos
te redime.

La Flor de Californía es obra de vanguardia, muy diferente al realismo rural que hemos leído en el texto anterior; se aparta de esa estética juanrramoniana para entrar de lleno en los ensueños surrealistas:

“... La mujer morena salió de la capilla de zinc y fue saltando con velocidad vertiginosa de una lámpara a otra, de un altar a otro, de una nave a otra.
Y no cesaba de oír por todas partes con euritmia de péndulo exhausto de cuerda:
- José María, José María,
Coge la flor de Californía. ...”.

Intimó con Alberti, ambos frecuentaban la Residencia de Estudiantes de Madrid; vivió la bohemia parisina junto a pintores españoles como Picasso, Palencia, Cossío, asistiendo a las tertulias de la Rotonda de Montparnasse; fue el verdadero introductor de la corriente surrealista francesa en España. Junto a José Bergamín y su esposa viajó a la URSS en 1928 para conocer los logros de la revolución soviética, de donde volvió tremendamente decepcionado.

A partir de 1931 colaboró afanosamente para crear un proyecto político en Málaga que se opusiera a las fuerzas de izquierda, acercándose en un principio al Partido Nacionalista Español de Albiñana y después a la Comunión Tradicionalista, por fin, fundó la sección malagueña del Partido Agrario Español.

El 22 de Agosto de 1936, dentro del terror desatado por los republicanos en Málaga durante los primeros meses de la guerra civil, José María Hinojosa, con tan solo treinta y dos años, fue fusilado junto a su padre y su hermano y su casa incendiada por milicianos rojos, fueron tres más de las 2.607 víctimas de la represión brutal que se desencadenó en la capital malagueña tras el 18 de Julio de 1936.

Hinojosa fue incluido en la obra Prosa Española de Vanguardia, editada en Clásicos Castalia en 1999 por Ana Rodríguez Fischer, donde se señala la influencia de las nuevas teorías del psicoanálisis de Freud en los autores surrealistas, así se indica en el texto la vigencia de los comentarios que sobre la obra de Hinojosa, escribió José Moreno-Villa:

Sería perfecta (esta carta) si yo pudiera escribirla como dictada por el volante misterioso de los sueños, porque así pertenecería al género que tú persigues, cuya técnica pones de manifiesto en los Textos Oníricos. He simpatizado de golpe con esa técnica porque ya la pintura gemela me tenía preparado.Y recuerdo que comprendí mejor los cuadros de Bores o de Miró, cuando leía tus narraciones y que también éstas se me iluminaron al ver aquellos. […] Hay lo mismo en tus narraciones, líneas que se alargan o enrolan por alusiones o relaciones de aparente sinsentido, mudas, y que, de pronto, cuajan en una frase sencilla, iluminada, que vuelca su corazón humano sobre todo lo anterior, que nos viene a resultar como serie de caminitos o senderos mudos para llegar a la capital, a lo capital. Cada cuadro y cada narración de esos vuestros es, pues, un delicioso viaje imaginativo…

La Flor de Californía ha sido reeditada por la Fundación José Manuel Lara en edición de Alfonso Sánchez Rodríguez, poeta, profesor y especialista en la Generación del 27.

Javier Compás.

martes, 27 de abril de 2010

Caradura al sol

ABC

Actualizado
Martes , 27-04-10 a las 07 : 01
El PSOE de Zapatero está perdiendo los papeles. No hay charco del que no salga con barro hasta las cejas y andando hacia atrás. Tras hundir el prestigio internacional de la economía española, que retrocede en imagen a cotas preconstitucionales, la operación de salvamento de Garzón está destrozando, nacional e internacionalmente, el prestigio de nuestro Estado de Derecho. Y también en ello retrocedemos a etapas preconstitucionales. Hoy se habla más de dictadura que de democracia, de muertos que de vivos y de las «dos españas» más que la de la UE, y eso que la presidimos.
La cosa está clara: Zapatero necesita resucitar la España negra de las cunetas o el «no pasarán» para que no hablemos de la «cuneta» del paro o del «no pasarán» de nuestros números económicos a la griega. Y Falange. Santo Dios, qué manía han cogido con Falange… Con tal de que enmudezcamos ante la «guerra civil» entre «las» izquierdas en el Tribunal Constitucional por mor del Estatut tripartito, el zapaterismo se nos ha puesto «cara (dura) al sol». Incapaz de gobernar la economía (véase cómo caemos en el ranking internacional) ni el Estado (véanse los patéticos referendos independentistas catalanes: ¿qué Estado de Derecho permitiría tamaña payasada?) ZP borda, en rojo, una camisa nueva a la horrible España del 36, la del republicanismo fracasado, la del odio al Otro y la del frentismo desigual, donde los buenos son los pistoleros de la checa y los malos los de la cuneta...
Los socialistas y la izquierda de los valores de la libertad y la fraternidad, están cayendo como moscas en las trampas del zapaterismo, que suple con revueltas callejeras sus limitaciones políticas (TC) y sociales (paro, pobreza y economía sumergida a borbotones).
Zapatero no es un hombre de Estado, es un agitador que, ante su propia incapacidad, pone en peligro nuestro mayor logro como pueblo y nación: la transición. O se va o nos hunde en la España negra…

lunes, 26 de abril de 2010

MIGUEL HERNÁNDEZ EN EL CENTENARIO DE SU NACIMIENTO


Blog de José María García de Tuñón Aza

José Mª García de Tuñón
Aunque aún no se han cumplido los cien años del nacimiento del poeta de Orihuela, será el 30 de octubre próximo, en toda España, también en algunas naciones de América, incluso de Asia y África, se recuerda al autor de El rayo que no cesa, conmemorando su centenario. Hasta donde he leído, he visto que más que su calidad como poeta recuerdan su afiliación comunista, pero nadie dijo que Rafael Alberti «no soportó le robara la etiqueta de poeta de la revolución». En uno de esos homenajes que se están celebrando me ha llamado la atención el que protagonizó el escritor y ex secretario del Partido Comunista de Andalucía, Felipe Alcaraz Massats, quien aprovechó la ocasión para hablar de política en vez de referirse más a la obra del poeta Miguel Hernández, porque dijo: «Estamos viviendo la democracia de los vencedores». Es decir, quería que estuviéramos viviendo la de los vencidos, o sea, la de Largo Caballero, la de Pasionaria, la de «¡Viva Rusia!», en definitiva, la democracia estalinista que provocó millones de muertos y convirtió a media Europa en una gran prisión.
Por otro lado, Alcaraz recordó a García Lorca, pero nada dijo que éste poeta odiaba al de Orihuela, detalle que Saramago jamás olvidó: «El talento del genio no le da derecho a menospreciar a los demás y eso no se lo perdono a Lorca». El ex secretario comunista olvidó contar también cuando Miguel Hernández irrumpió en el edificio de la Alianza en Madrid y al ver el festín que estaban preparando mientras otros morían en el campo de batalla, dirigiéndose a Alberti, le dice: «Aquí hay mucha puta y mucho hijo de puta». Al escuchar María Teresa León estas palabras le pegó una bofetada, según ella misma ha dejado escrito. En fin, que con tantos olvidos, el comunista olvidó que los falangistas quisieron esconder a Miguel Hernández para que no fuera detenido. Al no conseguirlo, por una serie de errores del propio poeta, fue juzgado y condenado a muerte por lo que uno de los primeros afiliados a Falange, Rafael Sánchez Mazas, se entrevistó con Franco y obtuvo que le fuera conmutada esa pena por la inferior en grado que serían treinta años.
Sobre la intervención de éste y otros falangistas en favor de Miguel Hernández casi todos lo han obviado: no lo han tocado de pasada, ni tan siquiera de soslayo; solamente se han referido a ellos las asociaciones culturales Ademán y Fernando III, de Sevilla, en un acto celebrado recientemente en la capital hispalense donde intervinieron Javier Compás, vicepresidente de Ademán, el jefe de la sección de Edición de Abc de Sevilla, Romualdo Maestre, y el escritor Aquilino Duque –con quien tuve la suerte de formar cartel en un par de ocasiones–, que glosó la figura de Miguel Hernández a través de la lectura de varios de sus poemas, recordando también lo que le contó el poeta sevillano Romero Murube el día que el autor de Andaluces de Jaén llegó al Alcázar en el momento en que en él se alojaba el mismo Franco que había llegado a Sevilla para celebrar el desfile de la Victoria.

Una instancia superior


Viernes , 16-04-10
ABC

No sólo España. Europa y, en general, el Occidente todo, se encuentran en crisis. Y, desde luego, no se trata ni sólo ni principalmente de una crisis económica o financiera. Toda genuina crisis histórica es intelectual y moral, pues afecta al sistema general de ideas y creencias, principios y valores, vigentes en una sociedad. Acaso lo más difícil en toda crisis sea su diagnóstico, e incluso antes, el reconocimiento de su existencia. Lo peor que nos puede suceder es no saber lo que nos sucede. Y, tal vez, los árboles financieros podridos no nos dejen ver el bosque moral devastado.
Miremos un poco hacia los síntomas. El optimismo democrático y liberal de 1989 se esfumó pronto. En realidad, las naciones europeas liberadas de la tiranía comunista sólo parcialmente quedaron liberadas, pues les esperaba un yugo, más benigno y sutil en la apariencia, pero no menos yugo: el derivado del derrumbe moral de Occidente. El ataque terrorista a las Torres Gemelas era el aldabonazo de un tiempo nuevo y trágico. Se mire por donde se mire, era la guerra. Pero una amenaza de esta naturaleza es aún peor si el agredido se encuentra sumido en aguda convalecencia moral. Y no ha transcurrido una década, cuando nos aflige, a unos más que a otros, una honda crisis económica.
Pasemos a un notable síntoma doméstico. El mismo día aciago en el que el Senado de España aprobaba una inicua ley que convierte en derecho la eliminación de seres humanos no nacidos, nuestro presidente del Gobierno entonaba loas a la vida en Naciones Unidas y repudiaba la pena de muerte. Nadie tiene derecho a quitar la vida a un ser humano, clamaba con razón el presidente. Pero no pensaba en el ser humano no nacido.
La crisis española es la crisis europea y occidental, sólo que más agravada. A finales de la década de los veinte del pasado siglo, Ortega y Gasset diagnosticó en La rebelión de las masas la crisis moral europea. El análisis es actualísimo precisamente por certero y, en gran medida, cumplido. Vivimos una grave crisis moral derivada de la aparición y triunfo de un nuevo tipo de hombre: el hombre-masa en rebeldía. «El día que vuelva a imperar en Europa una auténtica filosofía -única cosa que puede salvarla-, se volverá a car en la cuenta de que el hombre es, tenga de ello ganas o no, un ser constitutivamente forzado a buscar una instancia superior. Si logra por sí mismo encontrarla, es que es un hombre excelente; si no, es que es un hombre-masa y necesita recibirla de aquél». Nuestra crisis, como todas, ha sido anticipada y profetizada. Y, también como siempre, el clamor profético apenas ha sido escuchado. Nuestra depresión no es (sólo) económica sino moral. El hombre occidental vive profundamente desmoralizado, en el sentido más preciso y etimológico del término. Y conviene mirar hacia atrás, al menos tres siglos atrás, para determinar el origen y comprender la naturaleza de la crisis. Mientras nos quedemos en las cotizaciones de Bolsa o en los datos del crecimiento económico y del empleo (digo, mientras nos quedemos sólo en ellos), no comprenderemos nada de lo que está pasando. Y, por lo tanto, no podremos poner remedio a nuestros males. La política y la economía pertenecen a la superficie de la vida social, no a la profundidad.
Padecemos las consecuencias de una barbarie que no nos amenaza más allá de nuestras fronteras sino que vive entre nosotros, en ocasiones incluso gobernándonos. Lo ha dicho Alasdair MacIntyre. Es la etiología de esta barbarie interior la que es preciso esclarecer. La barbarie interior es la más difícil de diagnosticar, pero no la más difícil de combatir. Un paso decisivo consiste en intentar filiar la concepción moral dominante hoy en Occidente. Y lo primero que comprobamos es que carecemos de una concepción compartida acerca de la realidad, del hombre, y del bien y el mal. Porque una cosa es el pluralismo y otra Babel. Europa vive, si no me equivoco, una situación de grave discordia moral. Corremos el riesgo de caminar hacia dos Europas, lo que sería lo mismo que la defunción de Europa. Y esta discordia radical sólo se puede superar acudiendo a lo que, desde sus orígenes, ha constituido el ser y la razón de ser de Europa. Esta discordia ha llegado en España a la presidencia del Gobierno que ha tomado partido por la desmoralización. La concepción moral quizá dominante o mayoritaria es una especie de amalgama entre hedonismo, relativismo, utilitarismo y emotivismo éticos. El conjunto, más que una moral en sentido estricto, consiste en un atentado contra la moral.
Existe un momento en la historia europea en la que se abre el camino hacia esta desmoralización radical. Quizá no sea fácil precisar mucho más, pero tengo la impresión de que lo que pasó en ese momento fue que se abrió paso el subjetivismo y, con él, la afirmación de la soberanía absoluta del individuo. Y así, se llegó a pensar que la liberación del hombre transita por la eliminación de todas las trabas a la libre expansión de sus deseos vitales, y que toda idea de la existencia de deberes entraña un camino de servidumbre. Se pensó erróneamente que la libertad consiste en la supresión de disciplinas y deberes. Y los errores morales obtienen el castigo a través de sus propias consecuencias. Liberado de toda instancia superior, el hombre empieza a comportarse como un pobre animalejo, e incluso aspira a caminar a cuatro patas. Y lo cierto es que algunos congéneres alcanzan una rara perfección en este ejercicio cuadrupédico. Invirtiendo el orden jerárquico natural de los valores, los inferiores son estimados como absolutos, y los más elevados, menospreciados como relativos. El hombre no es el señor de los valores y de la verdad, sino su siervo y testigo. Tenemos que volver a aprender a escuchar esa voz soberana que viene de lo alto.
Si no es erróneo todo lo anterior, entonces la solución de la crisis sería tan relativamente sencilla como lo es la autenticidad, pues no residiría en nada nuevo, extraño o difícil, sino en la recuperación del verdadero ser de Europa, no en la vuelta al pasado, sino en la continuidad con él. En este sentido, cabría hacer una afirmación, sólo aparentemente paradójica: Europa es el problema, y Europa la solución. Pues va a resultar que la crisis es moral y, por tanto, filosófica, que nuestros males proceden del luciferino pecado de soberbia, y que su solución reside en la sumisión de los hombres a la disciplina de los deberes, esto es, a una instancia superior. Nuestra crisis no consiste en la emergencia de una nueva moral, sino en la pura negación de la moral. Termine Ortega: «Esta es la cuestión: Europa se ha quedado sin moral. No es que el hombre-masa menosprecie una anticuada en beneficio de otra emergente, sino que el centro de su régimen vital consiste precisamente en la aspiración a vivir sin supeditarse a moral ninguna».

Rosales regresa a las bibliotecas andaluzas


El Mundo

José A. Cano | Granada
Actualizado sábado 24/04/2010 11:03 horas

Los versos del granadino Luis Rosales presiden la exposición 'Discípulo del aire' que, desde este viernes, Día del Libro, acoge la Biblioteca de Andalucía, y aunan a la perfección su condición de poeta y de estudioso del lenguaje. Como cada año, la provincia natal del autor al que homenajea la Junta ha acogido el acto institucional presidido en esta ocasión por el nuevo consejero de Cultura, Paulino Plata.

Su sobrino, José Carlos Rosales, crítico y también poeta, ha sido el comisario de la muestra y el principal lector del recital público de la antología 'Ayer vendrá. Poemas escogidos (1935-1984)', que ha editado la Consejería de Cultura dentro de los actos del 'año de Rosales'.

Rosales, que iniciase su andadura poética en la mítica revista 'Cruz y Raya' que editaban Neruda y Bergamín, es conocido por sus poemas pero también por obras como 'Poesía española del Siglo de Oro', 'Teoría de la libertad' o 'Esa angustia llamada Andalucía'. Ocupó un asiento en la Real Academia de la Lengua durante 30 años y en 1982 recibió el Premio Cervantes.

También, por qué no recordarlo, al ser su casa la que Federico García Lorca eligió para refugiarse en agosto de 1936, esperando que las ideas conservadoras de su amigo la mantuviesen a salvo, y de donde fue arrancado para ser fusilado.

Con la exposición itinerante 'Discípulo del aire', que permanecerá en Granada hasta el 29 de mayo y posteriormente recorrerá el resto de provincias andaluzas y que recoge facsímiles y originales de los primeros poemas publicados por Rosales allá en la década de los 30, se editará un catálogo con estudios a cargo de firmas como las de Luis García Monterop o Pere Gimferrer.

jueves, 22 de abril de 2010

Sevilla mal rollo por Romualdo Maestre


ABC, Sevilla 22 de abril de 2010
Romualdo Maestre
Homenaje a Miguel Hernández. Catorce policías de uniforme, estratégicamente situados en torno a la sede donde se va a realizar el acto, y uno de paisano dentro que previamente se ha identificado como de la secreta. En el exterior vigilan y sacan fotos de las matrículas de las motos aparcadas.
No estamos a finales de los años 60, ni la dictadura franquista se defiende de sus últimos estertores a sabiendas de que comienza una nueva etapa. Tampoco vienen Joan Baez ni Paco Ibáñez a cantar al poeta oriolano en vísperas de un 18 de julio cualquiera. Estamos en Sevilla, un día como hoy pero de la semana pasada. Dos organizaciones culturales, Ademán y Fernando III, quieren rendir tributo al escritor. Ya les habían prohibido una conferencia sobre Agustín de Foxá, porque el literato era… falangista. El día anterior un joven ha recibido una paliza y un navajazo en la Alameda por parte de radicales de ultraizquierda. Delito: pensaba acudir a otro acto, esta vez en el Centro Cívico (el nombre tiene guasa) Las Sirenas, sobre la prensa inconformista durante la II República y alguien determinó que vestía muy «facha».
Treinta años de Democracia y parece que no han servido de nada. Al menos para una convivencia mínima. La mediocridad política de nuestros dirigentes está reviviendo el fantasma de las dos Españas setenta años después de que acabara la guerra incivil. La de los buenos y la de los malos, la de estás conmigo o estás contra mí, la de vencedores y vencidos, la de o blanco o negro. El desconocimiento o la perversión de la Historia, que de todo hay, trata de borrar la extensa gama de grises que existe en esta piel de toro. Cuando no hay un proyecto de futuro ilusionante, cuando el único argumento dialéctico entre la izquierda y la derecha es «y tú más», hay que mirar atrás y crear un «mal rollo» que tensione el ambiente para que los ciudadanos no les den la espalda. Pues lo han conseguido. Enhorabuena. Aunque estemos en Feria.

Los niños del exilio, deportados a Inglaterra, Francia, Bélgica, Suiza, Noruega, URSS y México

Diario Ya
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Los niños del exilio (1936 - 1939) presenta la realidad de España en guerra, donde no busca víctimas ni verdugos, sencillamente expone la culpabilidad de todos. Solo hay unos inocentes en esta tragedia: los niños. Mucho se ha escrito sobre la guerra civil, pero poco se sabe con respecto a los niños que fueron deportados a Inglaterra, Francia, Bélgica, Suiza, Noruega, URSS y México.
El autor muestra al lector un mapa de los exilios provocados por la Guerra Civil Española, pero sobre todo recoge los testimoniales de algunos de estos “Niños” que recuerdan o dejaron por escrito sentimientos y dolores que vivieron. El lector podrá reconocer en ellos el dolor entre padres e hijos a la hora de la separación forzada e inopinada que provocaron en sus vidas unas circunstancias jamás elegidas por ellos. Este libro recoge la historia de los 34.037 niños que fueron exiliados por la República y de alejarlos de sus padres. Narra su exilio, las dificultades de aprender un nuevo idioma y el esfuerzo para adaptarse a las familias o instituciones de acogida. Para sus padres la guerra no fue un camino de rosas. Muchos murieron en el frente, otros fueron represaliados o encarcelados y el resto marcharon hacia el exilio. Algunas familias se pudieron reencontrar una vez acabada la guerra. A otros muchos el destino no se lo permitió. Los niños del exilio (1936 - 1939) narra el drama de un éxodo olvidado: la historia de unos chiquillos que tienen en común que la guerra no los dejó ser niños.
César Alcalá (Barcelona, 1965) Escritor, periodista e historiador. Colabo-ra en diversos medios de comunicación sobre temas de actualidad e historia.Ha colaborado en la redacción del Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de la Historia. Especialista en las guerras carlistas y guerra civil, ha publi-cado diferentes libros y ofrecido conferencias sobre el tema. Entre sus obras destacamos: Represión en la retaguardia.Cataluña 1936-1939, Mauricio de Sivatte. Una biografía polí-tica, Tradicionalismo y Espiritualidad en Antonio Gaudí, Checas de Barcelona, Checas de Valencia, Las checas del terror, Secretos y mentiras de los Franco, Les presons de la República, Rutas de Barcelona, Todo lo que debe saber sobre los vampiros.
Otro libro del mismo autor: La Llista Macónica: Los libros dedicados a la Guerra Civil suelen centrarse en aquellos temas que son comunes a cualquier guerra: estrategias militares, contingente, batallas, evolución del conflicto, bombardeos y exilio. A lo largo de los años se ha pasado de puntillas sobre temas que están entrelazados con la guerra. Por ejemplo, las checas y los campos de trabajo. De todo esto ya habló el autor en otro libro de esta colección, Las cárceles de la República.
Ahora da un paso más allá para profundizar en un tema aún inédito. Gracias a un antiguo miembro de las Patrullas de Control, el autor consiguió la lista de las personas que pertenecían a la masonería catalana el 18 de julio de 1936. Hasta ahora no se había estudiado la implicación de esta organización secreta en la Guerra Civil. Los que aparecen en la lista masónica se consideraban intocables. Dicho de otro modo, los que estaban inscritos se salvaron de la represión y no fueron condenados ni perseguidos.
En el libro, el autor explica la evolución de la masonería en España y Cataluña. Se centra en las logias que había en todo el Principado y desgrana los personajes relevantes que aparecen en la lista. El libro incluye, por primera vez, los nombres de las 1.824 personas que formaban parte de la masonería catalana al estallar la insurrección franquista. Nos encontramos, pues, ante un libro indispensable para conocer un episodio hasta ahora oscuro y secreto de la Guerra Civil española.

Los niños del exilio deportados a Inglaterra, Francia, Bélgica, Suiza, Noruega, URSS y México)

lunes, 19 de abril de 2010

Pedro Laín Entralgo. El Político, el pensador, el científico.


De José Alsina Calvés.
Prólogo de Ferran Gallego.
1ª Edición, Barcelona 2010.

“El ensayo de Josep Alsina sobre la figura de Laín Entralgo no es la obra de un historiador profesional y ni siquiera pretende ser el trabajo de alguien que se considere ajeno a la trayectoria ideológica del personaje. Pero está lejos de ser un complaciente análisis hagiográfico para presentarse como un estudio que no niega su complicidad intelectual con el biografiado. Mantiene el tono de una reivindicación, que reclama la necesidad de estudiar la evolución de Laín y de quienes le acompa­ñaron en su trayectoria política de acuerdo con lo que éstos mismos afirmaron, sin negar su carácter incompatible con el liberalismo, con la democracia parlamentaria o con el socialismo de origen marxista. No es un ensayo que trate de encubrir este campo de afinidad del biogra­fiado, sino de enraizarla en una época y, por tanto, de darle significado. Si el autor ha considerado la importancia de Dilthey y Ortega para la formación ideológica de Laín, no es menor la influencia del método de ambos en el autor para el “encaje” del intelectual falangista en su tiempo.”
[del prólogo de Ferran Gallego]

domingo, 18 de abril de 2010

La película maldita (Patente de corso, por Arturo Pérez-Reverte)


Hace dos semanas prometí hablarles de Rojo y negro, una de mis películas españolas favoritas. Así que anoche puse el deuvedé –una copia de relativa calidad, semipirata, que no se encuentra fácilmente– para admirar de nuevo esa historia sombría y dura, hija bastarda del cine franquista, estrenada en 1942, demolida por la crítica oficial y retirada después de sólo tres semanas de cartelera para verse enterrada en el olvido. Hasta que, cincuenta años más tarde, la Filmoteca Española localizó una copia polvorienta en un sótano de Madrid.

Rojo y negro tiene un valor histórico extraordinario. Es la única película sobre la Guerra Civil hecha desde un punto de vista inequívocamente falangista –su director, Carlos Arévalo, lo era–. Y trata de las actividades clandestinas en el Madrid republicano de la contienda. Se trata de una película pionera, pues en ella aparece por primera vez el concepto de resistencia en una ciudad ocupada por el enemigo. Resistencia antimarxista, en este caso; pero no inferior en interés ni en realidad histórica, como señalan lúcidos críticos e historiadores del cine, a la resistencia antifascista que después nutriría innumerables películas francesas, inglesas, norteamericanas, alemanas, rusas o polacas. Insólita en su ejecución, técnicamente osada en algunas escenas –esos planos de la checa de Fomento abierta como el 13 de la Rue del Percebe–, modernísima para su tiempo, cuajada entre el neorrealismo italiano, el cine de vanguardia soviético y simbólicos toques surrealistas, Rojo y negro cuenta la sombría historia de una joven falangista, soberbiamente encarnada por la mítica Conchita Montenegro: un personaje alejado de los arrebatos patrioteros, grandilocuentes e histriónicos habituales en la cinematografía del Régimen. Luisa, la protagonista, es sobria, dura, trágica, cínica, valerosa y desesperanzada. Y con fría decisión desciende a los infiernos. Eso la convierte en una heroína atípica para el cine español de su tiempo, donde lo correcto eran abnegadas madres y esposas que, desde el cristiano hogar, alentasen a los hombres a inmolarse en las diversas Cruzadas habidas o por haber.

Hay otro aspecto crucial, falangismo radical aparte, por el que la película no satisfizo el Régimen. Aparte de su tono seco, nada ampuloso y en absoluto marcial, evita caer en el simplismo estúpido del que ni siquiera se libran las películas que hoy se hacen sobre la Guerra Civil: la exaltación del bando propio y la caricatura del adversario. Sádicos nacionales de gafas oscuras y brillantina en las películas de ahora, y malvados rojos, tabernarios y brutales, en el cine de antes. Inexactos, incompletos y maniqueos, todos ellos. Aquí, sin embargo, los republicanos que encarcelan y fusilan son individuos normales, creíbles, con motivos para hacer lo que hacen. Con toques de humanidad e ideología propia: como cuando el jefe de los milicianos dice que, si hubiera llevado medalla religiosa al cuello, al llegar a la edad de la razón se la habría quitado. O cuando el miliciano violador de Luisa –soberbia escena, resuelta con dos planos del rostro de la Montenegro– actúa bajo el resentimiento de haber sido engañado, y porque está borracho.

Pero aún hay más, en esta película asombrosa y compleja para quien se enfrente a ella con lucidez, sin estereotipos de buenos y malos: la crítica feroz a los contemporizadores, a los que miraban para otro lado. Al egoísmo de la derecha burguesa y capitalista, incluida sin reparos entre los principales responsables del conflicto. Sin olvidar el retrato, atrevidamente surrealista, de una clase política ciega que divide a los españoles, llevándolos a una matanza atribuida con mucha ecuanimidad al «odio y desconocimiento mutuo». Paradójicamente, la derecha conservadora queda peor que el bando contrario: cuando los oradores de izquierdas agitan al pueblo, éste se muestra como pobre, oprimido, inculto y desesperado. Eso enlaza con los personajes y actitudes de los milicianos que aparecerán después. Y si no los justifica, los hace creíbles. Humanos.

Como se decía en otros tiempos, Rojo y negro es una película para que la disfruten espectadores formados, prevenidos de lo que ven y en qué circunstancias se hizo: capaces de hacer la lectura adecuada, situando en su contexto histórico y social esta narración extraña e inquietante, donde la estremecedora secuencia que precede al final –el actor Ismael Merlo vagando entre los cadáveres de los fusilados en la pradera de San Isidro– nos sumerge, más que ninguna de las muchas películas realizadas sobre aquella tragedia, en la noche oscura de nuestra Guerra Civil.

viernes, 16 de abril de 2010

BRILLANTE ACTO LITERARIO




La Asociación Cultural Ademán quiere agradecer a todos los asistentes al acto "Miguel Hernández y los poetas sevillanos", por el éxito de la convocatoria. A la brillantez del acto contribuyó el magnífico salón de la Fundación Valentín de Madariaga y la hospitalidad de su gerente, Luís García de Tejada. Y, por su puesto, la brillantez de Romualdo Maestre y la sabiduría y chispa de Aquilino Duque, un placer escucharle anécdotas vividas por él mismo con los protagonistas citados.
Ponentes y organizadores del acto.
El público, desde jóvenes estudiantes a personas de todas las edades, siguió atentamente el acto, pasando por risas y momentos no exentos de cierta emoción, al final hubo un cariñoso recuerdo para Abelardo Linares Muñoz, fallecido recientemente. Numerosos periodistas de diversos medios siguieron el acto y recogieron documentos gráficos del mismo.


Salón lleno de público de la Fundación Valentín de Madariaga

A resaltar el espiritu de convivencia y cultura que se transmitió, poniendose de relieve las relaciones de personajes tan relevantes de nuestra reciente historia y su amistad y respeto a pesar de las divergencias políticas.

Vanguardia y literatura, cultura y convivencia, respeto y honorabilidad, valores que a veces se echan de menos en la España de hoy.

Un momento distendido en el acto sobre Miguel Hernández

Recuerdan el apoyo de Romero Murube a Miguel Hernández


ABC, Viernes , 16-04-10
Las asociaciones culturales Ademán y Fernando III pudieron ayer celebrar, sin problemas, el acto «Miguel Hernández y los poetas sevillanos», después del desagradable recuerdo del pasado mes de octubre, cuando el Ayuntamiento vetó a estas mismas instituciones la organización de un homenaje a Agustín de Foxá por cuestiones ideológicas.
Bajo la vigilancia de algunas patrullas de la Policía Nacional, que en la parte exterior del edificio, la Fundación Valentín de Madariaga albergó este homenaje a Miguel Hernández en el que participaron el escritor Aquilino Duque y el jefe de la sección de Edición de ABC de Sevilla, Romualdo Maestre.
Tras una intervención inicial de Javier Compás, de la Asociación Cultural Ademán, tomó la palabra Maestre, quien hizo un certero retrato sobre la amistad que mantuvo el creador de «Nanas de la cebolla» con algunos poetas sevillanos que estaban en las antípodas de su pensamiento político -pertenecían a la Falange-, pero que, sin embargo, intentaron ayudarlo cuando el bando republicano perdió la Guerra Civil. En ese sentido, el periodista resaltó el papel desempeñado por Joaquín Romero Murube o Eduardo Llosent: «Miguel Hernández tuvo un enfrentamiento con Alberti porque no estaba de acuerdo en cómo se gastaba el dinero en la retaguardia, además Alberti quería ser el único poeta de la revolución. Ni éste ni Neruda lo incluyeron en la lista de la embajada de Chile, algo que le hubiera salvado». Por eso, Maestre quiso recordar el esfuerzo de intelectuales falangistas como Sánchez Mazas, Laín Entralgo, Romero Murube, Llosent o José María Cossío, entre otros, para salvar la vida del poeta.
Por su parte, el escritor Aquilino Duque, glosó la figura del autor de «El rayo que no cesa» a través de la lectura de varios de sus poemas, como la «Égloga a Garcilaso de la Vega». Durante su intervención, recordó el relato que le contó Romero Murube sobre cómo Miguel Hernández llegó a un Alcázar de Sevilla en donde Franco celebraba el triunfo al final de la guerra. También narró la forma en que diferentes intelectuales falangistas trataron de ayudarlo para que saliera de España, aunque el poeta fue hecho prisionero cuando quiso volver a Orihuela para ver a su esposa y conocer a su hijo.

La casa encendida A finales de la década de los 40 Luis Rosales publicó un libro que ejerció y ejerce una honda influencia en la poesía española.

José Manuel Caballero Bonald
Escritor (Diario de Sevilla, anuario 2010)
Esta próxima primavera se celebrará el primer centenario del nacimiento de Luis Rosales. Los poetas que, como él, rondaban los 25 años al comenzar la guerra civil, vivieron una inolvidable y traumática experiencia. Herederos en buena medida de las dos generaciones anteriores –la del 98 y la del 27-, no será difícil advertir cómo esa ascendencia se filtra con una manifiesta perseverancia dentro de la evolución cíclica de nuestra poesía, alternando las secuelas simbolistas con las pautas más reconocibles del realismo. Pero la guerra truncó bruscamente ese programa. A unos los sustrajo violentamente de la realidad; a otros los sumergió en una especie de mutismo acomodaticio, y a otros en fin los instaló en una voluble evasión “a lo divino”. Lo que Dámaso Alonso calificó de poesía “arraigada” supuso sin duda la angustiosa necesidad de buscar una apoyatura entre los escombros de la desolación.

Poco antes de la guerra civil, la mayoría de estos poetas había publicado su primer libro: Rosales, Abril; Miguel Hernández, El rayo que no cesa; Vivanco, Cantos de primavera; Ridruejo, Plural; Carmen Conde, Júbilos; Muñoz Rojas, Versos del retorno; Bleiberg, Sonetos amorosos... Referidos a ciertas zonas clasicistas de la generación anterior, estos libros muestran en parte una significativa sustitución del modelo: el barroco Góngora ha sido desplazado por el renacentista Garcilaso. Todo lo que sonara a aventura estética se neutraliza ante las ordenanzas de la tradición. La pericia ornamental reemplaza a la misma indagación expresiva. Como por decreto, esta postura tiende a fomentarse a escala nacionalista, y no sólo desde un punto de vista estético, sino desde un severo ángulo doctrinal.

En la posguerra inmediata, los poetas más juvenilmente envueltos en su trágico balance, afrontan obviamente un confuso aluvión de revisiones. Entre La poesía en guerra, de Hernández, y la Poesía en armas, de Ridruejo, cabe un río de sangre. El enfrentamiento con la propia experiencia personal era ineludible. Algunos poetas adoptan entonces lo que vino a llamarse “realismo intimista trascendente”, basado en una tramitación de la experiencia que toma de Rilke su valor existencial y de Machado su bergsoniana filosofía del tiempo. El registro en la materia de la propia vida se acerca ya mucho a la necesidad de encontrar asideros morales, fijados en la recuperación de la infancia, el enraizamiento en la tierra materna, los recursos religiosos.

Pero algo va a experimentar un brusco viraje poético justo a los diez años de finalizada la guerra civil. Me refiero a La casa encendida, de Rosales, sin duda el mejor poema en su género, junto con Espacio de Juan Ramón Jiménez, publicado en nuestro medio en cualquier época. Siempre he confesado mi predilección por este texto excepcional. Su innovación expresiva, su capacidad indagatoria marcan efectivamente un cambio sustancial en el desarrollo de toda nuestra poesía del siglo XX. La sugestión textual del poema, su intenso poder de fascinación, han perseverado hasta hoy mismo de modo impecable, sin acusar apenas el desgaste azaroso de la moda.

Rosales inaugura efectivamente con La casa encendida una poética de la introspección. Sus precedentes calas neoclásicas apenas afloran entre el despliegue narrativo y la pericia estructural de este libro singular. “La carne y el alma [...] están viviendo la identidad de lo que ven”, dice el autor en la nota previa del poema. Y eso ya es mucho decir. Sugiere por lo pronto una nueva actitud, una nueva expansión moral del pensamiento, lo que podría llamarse la ética del infortunio. Su notorio realismo, evidente en muchos casos, queda trascendido por los propios aparejos ilógicos del lenguaje. Aunque no lo manifieste, parece claro que el poeta también ha atravesado por una crisis o, al menos, por una serie de contradicciones entre la razón y la credulidad. La experiencia se convierte así en el hilo conductor de la poesía. Una introversión acumulativa, obstinada, agobiante por momentos, va sacando a flote escenas del pasado, hechos aparentemente triviales de la cotidianeidad: la familia, los amigos, los paisajes interiores, la inmovilidad de los objetos, “porque todo es igual y tú lo sabes”. Recordar también es un aprendizaje de la vida.
El ingenio descriptivo, la adjetivación insólita, la inventiva semántica, los adverbios desusados, van creando en La casa encendida una atmósfera entre testimonial y quimérica, cuyo itinerario ronda siempre algún secreto emocionante. Así como puede pasarse del coloquialismo a un cierto acorde irracionalista, también el registro meditabundo alterna con el ingenio y el retrato psicológico con la ironía. Dentro de ese monólogo dramático que unifica La casa encendida, es la enseñanza de la vida, en tanto que flujo entrecortado de la memoria, la que estabiliza el despliegue global del poema, le da sentido y lo hace autosuficiente. Recordar su vigencia a los sesenta años de haber sido publicado, siempre es un acto justiciero.

jueves, 15 de abril de 2010

Las buenas noches de Franco a Miguel Hernández en el Alcázar de Sevilla


ABC Jueves , 15-04-10 a las 07 : 08
Una leyenda sevillana de mediados del siglo pasado cuenta que recién terminada la Guerra Civil, cuando Francisco Franco se alojó por primera vez en el Real Alcázar, una noche, por uno de los jardines, se cruzó con Joaquín Romero Murube, que era el conservador del colosal palacio, cargo que ocupó desde 1934 hasta su fallecimiento, acontecido el 15 de noviembre de 1969; el mítico poeta falangista iba acompañado de otro hombre, y en la semipenumbra del recinto los tres se dieron educadamente las buenas noches, continuando cada mochuelo el camino hacia su respectivo olivo.
Y lo singular, lo fundamental de la leyenda, no fue ni el cruce ni las buenas noches, no; lo fundamental y singular fue que el acompañante de Joaquín era el igualmente poeta, pero comunista y perseguido, Miguel Hernández, a quien había escondido en el Real Alcázar en la huida del orcelitano hacia la frontera con Portugal, que llegó a cruzar, pero no sirviéndole de nada porque la policía de Salazar lo detuvo y entregó a las autoridades españolas de entonces.
Y aunque lo de las «buenas noches» de Franco no esté contrastado, lo que sí lo está es el cobijo que Hernández recibió por parte de Romero Murube, un hecho histórico que estoy recordando como homenaje que rindo (y nada más lejos de mis sentimientos que ser comunista) a la memoria del gran poeta y dramaturgo de Orihuela fallecido en la cárcel de Alicante mes y medio antes de que yo viniera al mundo, cuyo centenario de su nacimiento se celebra este año y se cumplirá el 30 de octubre, uniéndome así desde aquí al literario que hoy (20.00 horas) le van a tributar en Sevilla las asociaciones Cultural Ademán y Cultural Fernando III, y tendrá lugar en la Fundación «Valentín de Madariaga» (antiguo Consulado de los Estados Unidos, avenida de María Luisa s/n), contando con las intervenciones de mi estimado compañero Romualdo Maestre y del Premio Nacional de Literatura y académico Aquilino Duque, quienes fundamentarán sus intervenciones en la relación que Hernández tuvo con los poetas sevillanos, especialmente el citado Romero Murube y Eduardo Llosent.
Y como se dice por aquí, vaya guantá sin manos que los organizadores han pegado a las autoridades municipales comunistas de Sevilla, que como recordarán, hace unos meses prohibieron en el Centro Cívico «Tejar del Mellizo» el homenaje, igualmente literario, que iban a tributar a Agustín de Foxá, prohibición argumentada en que éste fue falangista.

MIGUEL HERNÁNDEZ Y EDUARDO LLOSENT


MIGUEL HERNÁNDEZ Y EDUARDO LLOSENT (Del blog Divagaciones Sevillanas)
(Por Matilde I. Donaire Pozo)

En el Ateneo de Sevilla se expone un retrato firmado por Alfonso Grosso de un prócer sevillano, don Eduardo Llosent y Marañón, que tiene en su mano un ejemplar de la Revista Mediodía, de la que era director.
Reconozco que mi admiración por este señor ha nacido al conocer su relación de amistad con Miguel Hernández, según consta en el libro de Juan Guerrero Zamora, Proceso a Miguel Hernández, publicado en 1990.
Finalizada la guerra, Miguel Hernández marcha hacia Alicante, a pié o en carro, y de allí a Cox, ciudad donde reside Josefina. Va también a Orihuela a ver a sus parientes y amigos y a intentar conseguir un salvaconducto. En carta de 19 de abril dice a José María Cossío que sale para Sevilla en busca de la ayuda de antiguos amigos como Jorge Guillén y Eduardo Llossent. Este último le había proporcionado una carta de presentación para Joaquín Romero Murube, en ese momento Alcaide del Alcázar de Sevilla.
Eduardo Llosent había conocido a Miguel Hernández en las Misiones Pedagógicas, y cuando el poeta llegó a Sevilla le llevó personalmente al Alcázar donde Romero Murube no pudo atenderles pues, al parecer, estaba esperando la llegada de Franco.
La amistad entre Llosent y Miguel Hernández explica que cuando a Miguel lo detienen en Portugal el 30 de abril de 1939 y lo entregan a las autoridades españolas, él escribe a su familia y les pide que le contesten a la calle San Vicente número 22, de Sevilla, donde vivía Llosent, y que la carta la dirijan a su nombre.
Y en otra misiva, datada el 3 de agosto de 1939, comenta que Eduardo Llosent le había visitado en la cárcel de Torrijos el día anterior, y que iba acompañado de un abogado de la Auditoría de Madrid que se había ofrecido para su defensa.
Queda constancia por tanto de la antigua amistad entre el poeta y Eduardo Llosent y de la ayuda que éste le prestó en los difíciles momentos de su cautiverio.
Recordémoslo hoy, en el aniversario de su muerte, fecha en la que la admiración por el poeta y su obra se hace más intensa.

miércoles, 14 de abril de 2010

Miguel Hernández como la cebolla


POR FERNANDO IWASAKI
ABC Miércoles , 14-04-10

Tras dedicar sendos homenajes a las figuras de Agustín de Foxá y Leopoldo Panero, las Asociaciones Culturales «Ademán» y «Fernando III» han decidido dedicarle a Miguel Hernández la nueva edición de sus actos, corroborando así su vocación plural y libre de sectarismos. Y como me va a ser imposible asistir, me haría ilusión hacer algunos apuntes sobre Miguel Hernández, con la finalidad de animar a los lectores a acudir a la conferencia que tendrá lugar en la Fundación Valentín de Madariaga, mañana jueves 15 a las 20.00 horas.
A diferencia de Lorca o Alberti, Miguel Hernández ha sido un poeta más bien discreto, hasta el punto que su figura apenas ha convocado hagiógrafos, discípulos o estudiosos. Al socaire de su centenario, Eutimio Martín acaba de publicar un polémico libro —«El oficio de poeta» (Aguilar, 2010)— y por eso mismo me gustaría decir que la biografía de José Luis Ferris —«Miguel Hernández: pasiones, cárcel y muerte de un poeta» (Temas de Hoy, 2002)— me sigue pareciendo el estudio más neutral y riguroso acerca del poeta de Orihuela.
Por otro lado, sus compañeros de generación —con excepción de Aleixandre— mantuvieron cierta distancia hacia Hernández y su obra, aunque por razones más bien diversas. Cernuda, por ejemplo, escribió: «De todos modos había en Hernández, y hasta en exceso, todos los dones primarios que indican al poeta; le faltaban los que constituyen el artista, y no creemos que, de haber vivido, los hubiese adquirido. Porque era un tipo de poeta que suele darse en España: fogoso y de retórica pronta, en el cual, en el entusiasmo inspirado que lo posee, concierta de instinto ambas cualidades, fogosidad y retórica, hallando así el camino franco hacia su auditorio, tan entusiasta como él» («Estudios sobre poesía española contemporánea», 1957, p. 228). Sin embargo, las razones de Alberti y María Teresa León fueron —más bien— personales e ideológicas.
En efecto, a Miguel Hernández le indignaban el lujo y la frivolidad que Alberti y su mujer derrochaban en el Madrid republicano, celebrando fiestas de disfraces y zampándose los alimentos que escaseaban. Una de esas lujosas noches Miguel Hernández soltó la frase explosiva que le mereció la enemistad de Alberti y la bofetada de María Teresa León —«Aquí hay mucha puta y mucho hijo de puta»—, admitida por ella misma en su «Memoria de la melancolía» (1979, p. 335). Aquel episodio fue la verdadera razón del desamparo de Miguel Hernández en Madrid, abandonado por sus «amigos» Neruda y Alberti.
Así, la reciente edición de las memorias inéditas del diplomático chileno Carlos Morla Lynch —«España sufre. Diarios de guerra en el Madrid republicano»— demuestra que Morla sí le ofreció asilo al poeta y que ni Alberti ni Neruda lo incluyeron en la lista de los compañeros que merecían protección diplomática. Y si la conducta de Alberti —que ya se había negado a llevarlo hasta Alicante cuando huyó con María Teresa León— ya fue deplorable, la de Neruda fue simplemente abyecta, pues en sus memorias «Confieso que he vivido» se despachó así: «Miguel Hernández buscó refugio en la embajada de Chile... El embajador en ese entonces, Carlos Morla Lynch, le negó el asilo al gran poeta, aun cuando se decía su amigo» (p. 175).
El poeta Miguel Hernández, recibió más ayuda de poetas falangistas como Eduardo Llosent y José María de Cossío, que de los exquisitos poetas republicanos, quienes siempre lo menospreciaron por ser como la cebolla: cerrado y pobre.

domingo, 11 de abril de 2010

Cine. “The last station”: El último viaje de León Tolstoi

Jorge Zavaleta Balarezo (Desde Pittsburgh, Estados Unidos. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)



A primera vista, estamos ante uno de esos “costume dramas” que bien podría haber filmado, y sin mucho esfuerzo, James Ivory. Hay ciertas evocaciones al lirismo y a la potencia cinética del gran David Lean, por otra parte. Sin el padrinazgo de uno ni de otro, y a veces, al parecer, llevado por su propia intuición, un modesto Michael Hoffman, quien no tiene ningún título brillante en su filmografía, nos lleva a conocer el último destino del gran León Tolstoi, aquel genio ruso de la literatura que no sólo nos legó las espléndidas “Guerra y Paz” y “Anna Karenina”, sino que, él mismo, era un revolucionario a carta cabal.

El viaje por el que nos guía Hoffman es uno de incomprensiones y crisis familiares, de maquinaciones interesadas y hasta de la búsqueda de una solución para un problema en el cu
al el escritor parece estar demasiado absorbido. La última ceremonia de los Óscar contribuyó a revelarnos que los dos principales artistas de esta cinta estaban nominados a los premios:
Christopher Plummer, quien da vida a Tolstoi, y Helen Mirren, la exquisita mujer más que madura quien hace de una condesa y esposa del autor.


En más de un momento la trama cae en un marasmo del cual le cuesta levantarse. Entonces el Hoffman cineasta acude a las imágenes de bosques, árboles y caminos en el campo como para

seguir “ilusionándonos”. La presencia de Valentin Bulgakov, un joven que supuestamente ha
llegado a la villa del literato para espiarlo, se convierte en una de las vértebras de la historia. Su relación con la bella y cautivante Masha hace las veces de una pérdida de la inocencia.


A su vez, el personaje interpretado por Paul Giamatti, un actor que da lo mejor de sí en cada
filme, trata de sacar partido de su propia situación. Lo cierto, y hay que decirlo, es que todos están preocupados por León Tolstoi, por su fama, su salud, su escritura. Y aún así perduran los

líos matrimoniales, esas discusiones o esos silencios que protagonizan, a veces con frialdad,
Plummer y Mirren. “The last station” es la película del fin de una vida y no se ahorra esfuerzos
en ser melodramática, insiste en ello, de la mano, por ejemplo, de Sasha, la hija del escritor.


Lo que pudo ser, en sí, una historia de emociones y afectos, bien sopesada y mejor lograda, termina en manos de un cineasta como Michael Hoffman en una vacua redundancia, en escenas urgentes y urgidas, como aquella en que Helen Mirren se lanza al lago e intenta suicidarse.

Invocábamos por ello, al principio, los nombres de James Ivory y David Lean, quizá como
probables modelos que este film debió seguir.
Y muy a pesar de los esfuerzos y las notables actuaciones registradas en ella, “The last station” confirma que no perdurará, al contrario de la gran obra del artista que la inspira. Vista también como un “biopic”, esta película pretende tomar fragmentos decisivos de “una vida” y cubrirlos de encanto y hechizo. Pero incluso con la lograda recreación de época y con las constantes
referencias a un “estado de las cosas” previos a la revolución de 1917, esta cinta se perpetúa en su propio encierro y se niega a salir de él. Lo anotado, buenas actuaciones y gloriosos paisajes.
Pero hasta allí llega la energía de “The last station”.

Viaje a las Estrellas

Eduardo Pérsico (Desde Buenos Aires, Argentina. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)

A fines de marzo se cumplió otro aniversario del histórico anuncio que hiciera el entonces presidente de Argentina, Carlos Saúl Menem, a los alumnos primarios de la puna jujeña; tal vez entonces la más desamparada del país; prometiéndoles futuros viajes interestelares con naves que despegarían 'de Córdoba, cruzarían la atmósfera y una vez en la estratósfera llegarían a Japón o China en una hora, antes de ir a otros planetas'.

Me permito molestarlo mi buen amigo José,
pues quiero invitarlo a usté a compartir la emoción
de ir a conocer Plutón en una nave de aquellas,
que atraviesa las estrellas, la atmósfera y el Japón.

Yo ya elegí ventanilla en sector de no fumar,
total, ¿qué puede pasar si en una horita llegamos?
Desde Córdoba zarpamos y ahí nomás, a disfrutar.

Por un asunto de anillos a Saturno hay que ir casados;
a Mercurio los pesados; a Venus van sólo minas.
¿Quiere bajarse en la esquina? Toca un timbre y lo dejamos.

A la Luna es sin escalas, en Marte amartizan todos.
no olvide su sobretodo porque puede refrescar,
y si piensa caminar lleve zancos para el lodo.

En Neptuno hay buen rebusque para bañarse barato;
si quiere pasar buen rato, Júpiter nos queda al toque:
¡ no sabe qué despelote, todas las minas son 'gato'!

Si hay fin de semana largo viajaremos hasta Urano.
Es un sitio muy lejano, debemos hacernos cargo;
ya podemos visitarlo, fleta un charter “El Riojano”.

Hay otra excursión más breve que pronto saldrá del Bajo,
desviando por atajos cruzará Constitución,
Vieytes, Moyano y el Borda: nos iremos al carajo...

“La contemplación” de Edgar Borges. El complot de los contemplativos


Roberto Hernaiz (Desde España. Colaboración para ARGENPRESS CULTURAL)

En plena publicación de su nueva novela, La contemplación (Grup Lobher Editorial), Edgar Borges invita a “dar un alto para observar la forma tan acelerada como estamos cambiando la esencia humana por el uniforme talla única made in estupidez”. El escritor considera que, de la cosa seguir así, “por un asunto de sobrevivencia pronto todos los artistas tendremos como tema exclusivo de trabajo la parodia a la estupidez. Sin embargo, es posible-aclara el venezolano-, que las múltiples fases de la estupidez sea el único tema que ha tratado el arte. En ese sentido, la vida no sería una mierda, como piensan muchos, sino una estupidez por descifrar”.

Edgar Borges (Caracas, 1966) les advierte a los seres de su nueva novela, La contemplación (Grup Lobher Editorial 2010) que “Es posible que desde la observación no se pueda mover nada que no forme parte del universo personal, mínimo, individual”. Y, con esa idea, levanta la mirada para decirles a los lectores que “Sin embargo, quizá sólo luego de ese descubrimiento, el observador comprenda que todo aquello que oculta en los sótanos de su existencia es una pequeña representación del mundo exterior”.
Enrique Vila-Matas, subversivo literario confeso, dice que “Edgar Borges entiende la literatura como un complot contra la realidad”. Ante esto, el autor de La contemplación asegura que “los personajes de la novela conspiran contra una realidad que se ha vuelto loca. Como la voz (la narradora) que viaja rumbo a la calle 11 para encontrar a su pareja pero antes tendrá que enfrentar un viaje contemplativo para resolver el conflicto femenino-masculino que sacude su existencia. O el caso del Señor anónimo, el personaje que organiza un complot virtual desde la calle 11. O Marcelo Colussi, el detective que decide enfrentar los chantajes de su jefe, el inspector Chapman. O Susana, la niña gitana que decidió no hacer más nada sino observar el mundo a través de una ventana. O Pedro el hostelero, el hombre que invita a su pueblo a detenerse para enfrentar la arrolladora carrera del desarrollismo con el simple acto contemplativo. Esos son algunos de los universos mínimos y conspirativos que habitan La contemplación”.
Dos personas divididas por los paradigmas: masculino o femenino; tren o calle; pintura o fotografía; observación o movimiento; carta o e-mail; McCartney o Lennon; nacional o extranjero. Y por el medio una existencia implosiona. Ella podría ser él y viceversa. Esto es parte de lo que cuenta La contemplación, la obra con la que el escritor venezolano obtuvo el I Premio Internacional de Novela “Albert Camus”.
Edgar Borges escribe sobre el encierro verbal. El espacio de su ficción puede ser una calle, un apartamento o una existencia. Si en la novela ¿Quién mató a mi madre? (2008) indaga sobre el crimen de la madre biológica, y en ¿Quién mató al doble de Edgar Allan Poe? (2009) dirige la pregunta hacia el homicidio del padre literario, en La contemplación (2010) centra su objetivo en el asesinato de una identidad en proyecto a manos de un colectivo dirigido por una moral impuesta.
La novela La contemplación se estará presentando, en abril, en las siguientes ciudades de España: 13 en El Corte Inglés de Barcelona la periodista digital y escritora María Ripio conversará con Edgar Borges; el 27 en Espacio Fuentetaja, Madrid, el encargado de la charla será el escritor Antonio Gómez Rufo, mientras al día siguiente, el escritor Ignacio del Valle presentará al autor venezolano en la Librería Bertrand de Alcalá de Henares, Madrid. Para el mes de mayo, están pautadas dos presentaciones en Andalucía (una el 10 y otra el 11 en los Ateneos de Málaga y de Fuengirola, respectivamente) con el escritor y periodista (quien además dibujó la portada de la novela) Salvador MorenoValencia, y una en Asturias. Gracias a un acuerdo entre Grup Lobher Editorial y Analecta Literaria, La contemplación llega a los países de América Latina que integran el MERCOSUR.

Roberto Hernaiz es editor de La contemplación.