martes, 16 de noviembre de 2010

La casa encendida, por Francisco Robles


Porque todo es igual y tú lo sabes, has vuelto al territorio donde confluyen la juventud y la ilusión, el asombro que te hacía abrir los ojos de par en par porque no querías perder ni una gota del mundo, porque estabas obsesionado con esa extraña luz de la belleza, porque tus ojos no se cansaban de mirar el prodigio del arte ni de descifrar los misterios de la poesía, como si eso fuera posible. Porque todo es igual y tú lo sabes, ese verso de Luis Rosales ha regresado a tu casa encendida con el libro que alguien te ha enviado como se manda un cesto donde las cerezas se encadenan, y de Rosales vas a Lorca, y de Lorca a la tragedia que algunos están empeñados en resucitar como si la muerte valiera la pena de ser resucitada.
Como bien dijo Petón en un homenaje a estos dos poetas en el que tuviste el privilegio de participar, Rosales tuvo que llevar sobre sus hombros la cruz de la insidia y de la calumnia por haber defendido a Lorca, su amigo. En España los buitres tienen dos alas, siempre dos alas, y cuando no vuelan por la diestra lo hacen por la siniestra. Y a Rosales lo prendieron las dos astas del astifino toro que no deja de derrotar por un pitón y por el otro. Rosales, ese poeta que te ha guiado por las galerías del alma, que te ha moldeado el oído con la música que brotan de sus versos en cuanto las sílabas florecen en tus labios mudos. Sí, Rosales, que siempre llevó a Lorca consigo, como si le hubiera alquilado su casa encendida a Federico mientras él se conformaba con vivir al raso del insulto y la infamia.
Como en el poema de Rosales, has sentido los pasos de la Historia antes de entrar en tu casa, los odios acumulados que regresan para descoser las heridas que la Transición logró cauterizar. Y no es eso, no es eso… No podemos consentir que los muertos sean los títeres que cuatro vivos manejan para conservar el poder que se les va de las manos. Porque Lorca no es de nadie, ni siquiera de sus viuditos apócrifos que viven de los despojos que nada tienen que ver con su obra luminosa.
Hoy has regresado a la casa encendida, como si Rosales estuviera a tu lado para enseñarte lo mejor de Federico, para recitarte al oído aquel verso que le escuchaste en La clave, sí, cuando la televisión pública se hacía para promover la cultura y no para entontecer a la gente en esta Andalucía de los nuevos caciques. Hoy has vuelto a estremecerte con aquel verso en la voz sutil y ceceante de Rosales, con aquel mar de Poeta en Nueva York que recordó, ¡de pronto!, los nombres de todos sus ahogados. Y has regresado a tu casa, la casa encendida donde leíste los sonetos del amor oscuro, publicados por Blanco y Negro: «Que lo que no me des y no te pida / será para la muerte, que no deja / ni sombra por la carne estremecida».
Vuelve la voz de tu padre, que no ha muerto como bien señala Borges en su soneto sobre la lluvia, para decirte que vayas al quiosco. Y tú, que sigues siendo el niño que te sostiene por dentro, le enseñas este artículo para agradecerle que no inoculara el odio en tus entrañas, como si la palabra pudiera traspasar el río que os separa, como si aquella casa aún estuviera encendida, porque todo es igual y tú lo sabes.

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